Woody Allen deleita con su limitado dominio del clarineteNoticias recientes 

Woody Allen deleita con su limitado dominio del clarinete

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Concierto cinéfilo. El director de ‘Vicky Cristina Barcelona’ inauguró la 55ª edición del Voll-Damm Jazz Festival, una noche despuésde presentar la película ‘Golpe de suerte’ en dos veladas hasta arriba de fans entregados

Woody Allen durante su actuación, este viernes, en el Teatre Tívoli.
Woody Allen durante su actuación, este viernes, en el Teatre Tívoli.EUROPA PRESS
  • Mostra Woody Allen convierte su película 50, ‘Golpe de suerte’, en una muy turbia y feliz celebración de sí y de su carrera (****)

«Soy como un jugador de tenis que se enfrenta a Federer y Nadal», advierte Woody Allen en sus memorias A propósito de nada (Alianza), sobre su conocida pasión por el jazz llevada a la práctica con un clarinete empuñado cual pistola de jabón. «Lamento decirlo, pero no tengo lo que se requiere: oído, tono, ritmo, sentimiento. Y sin embargo, he tocado en público en clubes y salas de concierto, en teatros de ópera de toda Europa, en auditorios repletos en Estados Unidos. He tocado en desfiles callejeros de Nueva Orleans y también en bares, en el festival Jazz Heritage y en el Preservation Hall, y todo porque puedo sacar partido de mi carrera de cine», añade, reconociendo que su público paga por verle, antes que por oírle.

Y sigue recordando que el cómico Dotson Rader le preguntó: «¿Es que no tienes vergüenza?». Con inusual gravedad, le respondió: «Entre mi amor por la música y mis limitaciones como intérprete, si quiero tocar no puedo darme el lujo de tener vergüenza». Así, tras pasar por el Blue Note de Milán, donde el público calificó su bolo de «embarazoso» y de causar deserciones en el Festival de Villars-Les-Dombes (Francia), este «sinvergüenza» de 87 años, que lleva toda la vida intentándolo con el clarinete, llenó el Teatro Tívoli de Barcelona, con capacidad para más de 1.600 espectadores, para la inauguración de la 55ª edición del ahora llamado Voll-Damm Jazz Festival. La organización se vio obligada a añadir una noche más, también con prácticamente todas las entradas vendidas.

Lo mismo ocurrió la noche del domingo, en el Mooby Aribau Cinema -con butacas para 1200 espectadores-, donde presentó su películaGolpe de suerte, una de las mejores de su última etapa, rodada en París y estrenada en la Mostra de Venecia, ante un público enfebrecido que llenó el cine y le ovacionó cuando entró para presentar, muy brevemente, la película, como cuando cayeron los títulos de crédito finales. Aplausos y más aplausos.

Si bien el cineasta-clarinetista-aficionado se ha visto envuelto en la polémica desde que su hija adoptiva, Dylan Farrow, le acusó de haber abusado de ella a los siete años, no hubo ni rastro de protesta alguna ni dentro, ni fuera, de las salas donde presentó la película o lideró su New Orleans Jazz Band, con la que ofreció todo un recital de clásicos de jazz dixieland.

Apenas habló. En el Tívoli tan sólo anunció lo que se proponía, el mentado recital de viejos clásicos de Nueva Orleans, que se han tocado históricamente «en iglesias como en burdeles», e invitó al público a sentarse y a disfrutar, porque iban a hacer «todo lo posible por entretenerles». Alrededor de una hora y media después, incluido el bis por aclamación popular, se retiró agradeciendo «el sueño» de haber podido tocar en Barcelona para un público tan agradecido. Dio tiempo a tocar una quincena de standards entre los que sonó Para Vigo me voy, de Ernesto Lecuona, cantada por el pianista en castellano aproximado, como otros clásicos del estilo de Wild Man Blues, que dio título al documental de Barbara Kopple, sobre su gira europea de 1996.

Si bien está claro que sus habilidades musicales están muy lejos del virtuosismo de titanes como el saxofonista Joshua Redman o el legendario bajista Ron Carter, que también forman parte de la programación de esta edición del festival, Allen supo liderar la banda antes comandada por Eddy Davis, fallecido víctima del Covid. Si bien, por momentos, sus solos podían recordar, de manera involuntaria, a sus primerizos monólogos cómicos, o a los bocinazos de un viejo Ford T, Woody Allen supo llevar a su sólida banda, dando instrucciones por lo bajini, por los caminos inesperados de una auténtica jam session de jazz primigenio, particularmente apreciado en la patria de La vella Dixieland, que lleva más de 40 años celebrando el género.

Allen apareció en el escenario con su look habitual, camisa tejana con muchos lavados a sus espaldas, dockers beige, y deportivas con calcetines a rayas. Sopló con visible esfuerzo cuando tocaba, reposando, cual soldado circunspecto en la trinchera con su clarinete al hombro cuando no, aplaudiendo ocasionalmente a sus compañeros de la sección de viento, Simon Wettenhall (trompeta) y Jerry Zigmont (trombón) que, como el pianista Conal Fowkes, también cantaron. Les acompañaban Brian Nalepka (contrabajo), Kevin Dorn (batería) y Josh Dunn (banjo), todos blancos.

El espectáculo, que duró alrededor de hora y media, incluido el inevitable bis por aclamación popular, resultó de lo más entretenido, a pesar de las malas lenguas, incluida la del propio Allen. La conclusión del público saliente distaba de ser demasiado exigente: «Se nota que se lo pasa bien».



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