Ciudades ruidosas
Centro de Santiago, 5 a.m. En un rato suenan los despertadores y en la calle hay gente peleándose, gritando, llorando su despecho y tarareando canciones de trap. Forman un sonido uniforme de manada nocturna, muy divertida, pero que no permite conciliar el sueño en el vecindario ni con melatonina, ni con tapones ni con nada. Y hasta hace poco había que resignarse, es lo que tiene la zona de movida, los jóvenes tienen que divertirse. En Santiago lo peor es la madrugada del jueves, al día siguiente se repiten las escenas festivas en La Coruña, Pontevedra o Lugo, sin que los ayuntamientos se tomen en serio el problema. No digo que no les preocupe, pero no se ponen medios para que se respete el descanso del prójimo. Mención aparte merece el caso de Vigo: a pubs, botellones y noctámbulos hay que sumar villancicos y música de verbena durante los más de dos meses que dura la Navidad. El propio ayuntamiento ampara actividades que vulneran el decreto de contaminación acústica. Y quien se queje es el Grinch y odia a la ciudad. ¿El problema? Por falta de normativa no es. Los ayuntamientos se han armado de reglamentos y procedimientos sancionadores. Han aprobado indicaciones precisas sobre cómo deben ser las paredes, los techos o los sistemas de insonorización. Se hacen mediciones de vez en cuando y hay controles, pero basta dar una vuelta por cualquier zona de marcha para ver que el problema sigue vivo y que la norma sin intención de aplicarla no sirve de nada. Cierto que no se puede estar en todos los sitios en los que alguien grita a deshora, pero sí se pueden incrementar los medios para hacer cumplir un reglamento que, como el que obliga a recoger las cacas de los perros, está en el fondo del cajón. En esto, como en muchas cosas, somos los propios ciudadanos quienes tenemos que dejar claro a los ayuntamientos nuestras prioridades. Queremos buen servicio de recogida de basuras, sí, y que los parques estén bonitos. Pero también queremos silencio por la noche. Y no es tanto pedir.
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